El espejo del Centenario. Ciudadanía, nación y fronteras entre lo público y lo privado (1910-1930)

Autor: 
Caetano, Gerardo

La disputa por la nación.

El batllismo acaudilló en las cámaras legislativas y en la prensa la defensa del 18 de julio como la fecha de la independencia nacional, buscando de ese modo -entre otras cosas- salvaguardar el protagonismo histórico de Rivera, héroe fundador del P. Colorado.48 En circunstancias en que los nacionalistas y cívicos los acusaban de "antinacionales" y los colorados antibatllistas arreciaban sus críticas acerca de su "ajenidad" respecto a las tradiciones coloradas, para los batllistas el problema de su posición frente al pasado nacional y partidario adquiría la mayor trascendencia política. Pero mucho más allá de ese enfoque, en lo que refiere más directamente al tema que nos interesa, el batllismo concibió antes que nada al Centenario como una ocasión propicia para afirmar ciertos aspectos centrales de su "reforma moral". Para ello, en primer término, defendió la idea de una celebración más orientada al futuro que al pasado, más "modélica" que "historicista", asociada con la ejecución de un amplio plan de obras públicas y de leyes sociales, que por ello no debía quedar pendiente de la consolidación de un ambiente de "armonía patriótica" ni temer la exacerbación de las disputas y competencias entre los partidos.

Eran estas ideas, que trasuntaban toda una concepción de la nación y del ciudadano, las que defendió el entonces diputado Santín Carlos Rossi en un debate parlamentario de mayo de 1925: "... no (debemos esperar) esa armonía ni esa confraternidad (...) que lejos de ser fecunda y promisora para el porvenir sería la negación de nuestros derechos a evolucionar y la inamovilidad del progreso alcanzado, porque nada más promisor para nuestro futuro que las discordias actuales, la lucha social (...); no el deber de la armonía (...) sino el de completar la obra de los que hicieron la independencia política con nuevos ideales..."49 Este dirigente batllista volvió sobre muchos de estos conceptos en el discurso que pronunciara en el acto oficial de ese mismo año, en conmemoración de la batalla de Las Piedras: "Nuestra patria no es la cuna de los antepasados (...); no es el lugar donde nacimos (...); no es la propiedad (...) ni el derecho exclusivo de los orientales (...). Por cualquier aspecto que se la examine, la patria no es un pedazo de tierra determinado, sino algo vivo, ideológico, una organización social que se rige por principios que concurren a establecer los ciudadanos para realizar en comunidad un objetivo, que no es otro que el de conquistar la mayor felicidad posible." 50

Muchos de esos conceptos fueron así defendidos editorialmente por "El Día" en la crónica de las celebraciones del 18 de julio de 1930, juzgadas por el reformismo batllista como las más importantes de todas las del Centenario: "... la hora jubilosa que suena en el reloj de los tiempos nos encuentra en plena madurez de civismo. (...) Y hemos de decirlo (...): todo lo que hoy nos envanece, todo lo que hoy nos eleva ante nuestros ojos y ante los ojos del mundo, todo lo que hoy nos da prestancia para mirar el pasado (...) es la obra del Partido Colorado (...) y es la obra de Batlle que, sobre la masa amorfa de la patria vieja, modeló la depurada grandeza de la patria futura, tierra de promisión y de justicia en la que aspiramos a brindar el máximun de felicidad a todos los hombres, con quienes nos sentimos hermanados por el vínculo estrecho de una profunda solidaridad cordial. Parados en la cúspide de un siglo, podemos mirar al futuro con el alma henchida de sano optimismo. (...) En el yunque de la patria, hemos sido el martillo que ha forjado la trama del futuro".51

Frente a estas ideas, las otras fuerzas políticas reaccionaron con dureza. En especial los nacionalistas -con el firme apoyo en este tema por parte de la Iglesia Católica y de la Unión Cívica52  - defendieron con mucho vigor la fecha del 25 de agosto como el día de la independencia nacional, denunciando lo que juzgaban como un boycot de batllistas y colorados para opacar todas las celebraciones vinculadas con los acontecimientos protagonizados por la "Cruzada Libertadora" de 1825. Asimismo, también polemizaron con el batllismo en el terreno de la confrontación abierta de las ideas de nación y de los ideales cívicos y morales que a su juicio debían nutrir el concepto de patriotismo. De ese modo, la significación general y las modalidades de celebración que asignaron al Centenario se ubicaron en las antípodas de las defendidas por Batlle y su "gente": fieles a su concepción de "orientalidad", reivindicaron un tipo de conmemoración que privilegiara los referentes del pasado y de la tradición sobre las claves universalistas de la construcción modélica, enfatizando por ello la necesidad de establecer fronteras precisas entre el "adentro" y el "afuera" como base de consolidación de la idea de "unidad nacional".

En ese marco, resultó muy frecuente en la prédica nacionalista de entonces la contraposición entre las figuras de Artigas y de Batlle, invocándose en forma reiterada la opinión de que éste último no se contaba entre "los devotos de Artigas" y que los batllistas "no eran artiguistas". En abril de 1913, "La Tribuna Popular" llegó a denunciar la actitud "prescindente" del gobierno presidido por Batlle ante el reclamo de la erección de un monumento a Artigas: "Los poderes públicos no han cumplido aún entre nosotros, el primero de los deberes que el patriotismo les impone. El monumento de Artigas brilla por su ausencia en el centro de nuestra gran plaza. Decretada hace ya bastantes años, su erección se parece al Mesías de los judíos: el pueblo uruguayo lo espera sin saber cuando va a llegar".53 Asimismo, la prédica nacionalista hizo hincapié también en denunciar la partidización de las fiestas patrióticas por parte del batllismo ("haciéndolas cosa de colorados y no de uruguayos")54 y la adopción de una "política dispendiosa" y "clientelística" en el otorgamiento de aumentos a los funcionarios públicos y en la consagración de feriados.55

A través de sus medios de prensa, los diversos sectores nacionalistas confrontaron su visión de la nación con las ideas defendidas por los batllistas, reafirmando en especial en 1925 la necesidad de un fortalecimiento decidido del fervor patriótico. "Por doloroso que sea -decía "La Tribuna Popular" en agosto de 1925- para quienes seguimos creyendo en el patriotismo como idea-fuerza y en la patria como concepto fecundo en sanos idealismos, hay que señalar (...) el caso incomprensible de esta patria nueva que (...) no puede o no quiere celebrar el centenario de su independencia. (...) Pero la energía batllista (...) no ha conseguido, ni conseguirá jamás, sus finalidades bastardas para convertir nuestra raza en un conglomerado peregrino, camino de la disolución y del suicidio moral, sin dioses protectores, ni fe en sí misma, en viaje hacia lo desconocido, arrastrando como único bagaje ideológico, media docena de veleidades estúpidas y abominables ..."56

En una metaforización singular del combate contra el reformismo batllista, el dr. Luis A. de Herrera, ya por entonces Presidente del Directorio nacionalista, escribía en "La Democracia" en 1921, en un intento por reforzar su prédica con la persuasividad de un relato que se hacía cargo de las imágenes de lo cotidiano y lo privado: "Eramos una familia ordenada y discreta. Montaban guardia en la puerta las viejas costumbres criollas (...). Vivíamos dichosos de nuestra austera medianía. (...) Pero vinieron los reformadores y, después de reírse mucho de aquella compostura patriarcal, (...) empezaron a hacer y a deshacer. La emprendieron con el patrimonio sagrado; pusieron a la venta todos los grandes recuerdos; (...) en una palabra, entraron a "redimirnos". (...) Rompieron el pasado, amargaron el presente, hipotecaron el porvenir ... (...) Ruinas morales, ruinas políticas, ruinas económicas. En tanto, avanza el invierno y sopla el frío de afuera para adentro y de adentro para afuera ..." 57

No resultaba casual que uno de los mayores puntos de "fricción" entre batllistas y herreristas, a propósito de su disputa por la nación, estuviera referida a sus distintas concepciones sobre el pasado y su influencia en el terreno del quehacer político. Entre la apelación provocativa a una acción necesaria sobre "la masa amorfa de la patria vieja" y la invocación casi religiosa al sentido del "patrimonio sagrado" de un "pasado roto", "navegaba" sin duda una diferencia no menor, que remitía nada menos que a la intersección entre los recuerdos personales y la memoria cívica58, esa zona privilegiada de algunas de las vivencias más íntimas e intransferibles. También allí residía un matiz sustantivo respecto a la percepción ciudadana de la vida privada y sus vivencias.

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