El espejo del Centenario. Ciudadanía, nación y fronteras entre lo público y lo privado (1910-1930)

Autor: 
Caetano, Gerardo

Los liderazgos políticos y sus testimonios.

Al "cambiar de piel" desde sus respectivas tradiciones, blancos y colorados ratificaron y aggiornaron al mismo tiempo sus viejas concepciones acerca de las fronteras y pautas de relacionamiento entre "lo público" y "lo privado". La matriz blanca no se sentía violentada en la aceptación de interrelaciones y vínculos diversos entre ambos terrenos, ambientando el reconocimiento de la diversidad de filiaciones particulares y originarias, incluso como requisito necesario para su mejor integración y arbitraje en la esfera pública. De acuerdo a la matriz colorada, en cambio, resultaba indispensable afirmar las fronteras entre esta última (concebida como una "instancia privilegiada" en que se imponía un "nosotros neutralizado y legalizado") y el territorio de "lo privado" (donde residían los particularismos a vencer, moralmente menos valiosos y por eso dignos de sospecha).64

Desde esas perspectivas (que no eran sólo ideológicas sino también culturales) y desde sus respectivos catálogos de virtudes cívicas, blancos y colorados edificaron sus respuestas y argumentaciones -a la vez alternativas y complementarias- frente a una agenda muy amplia de temas, que había sufrido transformaciones importantes con los nuevos contextos del novecientos y del Centenario: relaciones entre Estado e individuo o entre Estado y sociedad civil; vínculos entre desempeños político-profesionales y actividades privadas; acción legislativa y problemas morales; políticas educativas; "lugar social" de las manifestaciones religiosas y discernimiento de sus pautas de convivencia con la política y con la esfera pública en general; entre otros muchos.

Como actores especialmente destacados de estas convocatorias cívicas, los dirigentes políticos y en particular los grandes líderes partidarios buscaron encarnar y personalizar ante la ciudadanía estas concepciones. La mayoría de ellos participó de un consenso tácito respecto a que su vida privada debía quedar fuera de las controversias políticas, haciendo de ello poco a poco un "código" no escrito de la convivencia de la llamada "clase política". Sin embargo, más de una vez esa "regla" no fue respetada, situación que estuvo en la base de altercados durísimos y hasta de duelos. El propio Batlle y Ordóñez protagonizó por lo menos tres episodios en los que esa pauta estuvo en cuestión. Dos de ellos los mantuvo nada menos que con el dr. Luis A. de Herrera en 1906 y 1921 y el restante con el dr. Gabriel Terra en 1926.

En 1906 Batlle respondió un suelto del periódico nacionalista "La Democracia", que lo acusaba de "tener miedo" de salir a la calle , con un durísimo artículo en el que aludía en forma directa a una relación amorosa que Herrera había mantenido tiempo atrás con una mujer casada y que había terminado con la muerte de esta última a manos de su marido. El dirigente nacionalista en forma inmediata retó a duelo al entonces Presidente, quien no se retractó y se declaró "a disposición" del líder nacionalista sólo al final de su gobierno, desenlace que no llegó a concretarse. En 1921, otro pleito periodístico terminó nuevamente con el envío de padrinos por parte del líder nacionalista, desistiendo Batlle por segunda vez. Ante ello, Herrera respondió al líder colorado con una carta abierta fuertemente desafiante: "Invadiendo torpemente -decía la carta del ya Presidente del Directorio nacionalista, fechada el 14 de octubre de ese año- el fuero de mi honesta y limpia vida privada, cuando yo jamás, como cuadra a un caballero, me he ocupado de la suya, el señor José Batlle y Ordóñez me suele atacar desde su diario (...). Y bien; creo que el señor Batlle y Ordóñez me debe cuenta de sus gratuitos agravios. Con él me tengo que medir (...). Públicamente se lo pido, como hombre y desde la prensa de mi país, ya que no hay medio valedero para conseguirlo de otro modo. (...) Así, de cara al sol, con el corazón sereno, sin jactancia y con honor, quedo a sus órdenes".65 Pese a la insistencia de Herrera, su duelo con Batlle nunca se produjo.

En 1926, por su parte, el altercado entre Batlle y Terra se originó cuando desde "El Día" se criticó en forma muy severa la participación de éste último como padrino de bodas en el casamiento religioso de una de sus hijas, juzgándose dicha actitud como "altamente inconveniente para el partido (...) que combate al oscurantismo doquiera lo halle".66 Al día siguiente el dr. Terra, que en esos momentos era miembro del Consejo Nacional de Administración y cuya precandidatura presidencial era manejada en círculos colorados, respondió a las críticas a través de una carta también publicada en el diario batllista, en la que justificó su proceder, informó sobre su postura y la de los miembros de su familia en materia religiosa, reclamando una mayor tolerancia ."Esta -concluía el dirigente batllista- es mi última palabra en este asunto, porque tengo el derecho de detenerme en una polémica, que se basa en un hecho de mi vida íntima, por más que comprendo que los hombres públicos pueden ser discutidos hasta en las cuestiones que se relacionan con su hogar".67

Más allá de las contradicciones e ideas que se ventilaban en estos episodios y que nos devolvían la imagen de un Batlle pasional y deliberadamente transgresor de ciertas normas establecidas en la vida política68, en otros muchos planos la figura del líder colorado resultó paradigmática de esa otra concepción por la que los líderes políticos debían preservar en todo momento una muy fuerte referencia cívica. Para ello, entre otras cosas, debían contener en lo posible la manifestación de sus emociones más personales y nunca "hacer público lo privado", defendiendo así la elevación de su investidura y del carácter de su representación a través de una imagen de entrega "puritana" a lo público y de pudor "republicano" hacia el terreno de lo más íntimo y particular.

Uno de sus más entrañables amigos, Domingo Arena, que más de una vez confesó su deseo de escribir sobre el "Batlle íntimo", describió de esta manera algunos de los perfiles más privados y personales del líder colorado, en especial referidos al período de la enfermedad que lo llevaría a la muerte en 1929: "No tuteaba a un subordinado jamás (...). A la conversación, aún con los suyos, generalmente le destinaba poco. Pasaba muchas horas solo, con frecuencia abstraído y deseando vivamente que no lo arrancasen de sus meditaciones. Amaba la soledad; no le gustaban las visitas. (...) No recibía a nadie sin estar pulcramente vestido y sin levantarse a acogerlo (...). Cuidaba mucho de no tomar nada que hubiese sido tocado por su comensal, pero se libraba igualmente de ofrecer nada que hubiese sufrido su contacto. (...) La vida era para él sustancialmente incomprensible, algo así como un azaroso y estrecho puente tendido sobre el abismo insondable y entre dos misterios, el nacimiento y la muerte, que nos obligaban a atravesar a ciegas y sin ningún objetivo satisfactorio. (...) ... para él, quitarse las ropas, era una intimidad que no admitía testigos. (...) Es claro que nunca permitió que nadie le diera la mano. No lo había consentido nunca sano y estando en cama enfermo, mucho menos (...). Fue su preocupación constante no ofrecer ninguno de los aspectos desagradables fruto de las circunstancias".69 

Por lo general, aunque de modos muy diversos, la afirmación de los liderazgos partidarios durante el período estudiado se hizo a menudo a partir de la construcción sutil de este tipo de imágenes, en las que una vez más los perfiles públicos predominaban con claridad sobre los privados y hasta condicionaban la exhibición "controlada" de estos últimos ante la mirada ciudadana. Desde esas imágenes emanaban también -en forma más o menos directa- mensajes y testimonios cívicos dirigidos al ciudadano, que seguramente incidieron efectivamente en la vida de muchos de ellos, en más de un sentido y en más de un aspecto.

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