El espejo del Centenario. Ciudadanía, nación y fronteras entre lo público y lo privado (1910-1930)

Autor: 
Caetano, Gerardo

Nación, ciudadanos y partidos: la primacía de lo público sobre lo privado.

Más allá de que en esta polémica sobre la nación y el significado del Centenario intervinieron otro actores y de que en sus propias filas se marcaron más de una vez matices importantes sobre estos temas, no cabe duda que fueron los partidos tradicionales los principales actores de esta auténtica "explosión de lo público" que vivió el país por aquellas décadas. En la confrontación de sus respectivas concepciones acerca de la nación, su pasado y su futuro, blancos y colorados terminaron de refundar su épica tradicional hablándole antes que a nadie al ciudadano, construyéndolo en más de un sentido. Su polémica -más allá del recrudecimiento de los enconos- también en este campo resultó sistémica, ya que contribuyó a reformular en clave moderna los polos del viejo esquema blanqui-colorado, a la vez binario y dialéctico, que venía desde el siglo XIX.59

Al resignificar y consolidar su condición tradicional de "patrias subjetivas"60, blancos y colorados se convertían también en los vehículos privilegiados de la renovada identificación de la nación con el sistema político y con los partidos, afirmándose de ese modo todo un modelo de ciudadanía con algunas notas singulares en el contexto latinoamericano. Como bien han señalado Beisso y Castagnola, fundando precisamente esta articulación peculiar y perdurable entre identidades sociales y cultura en el Uruguay: "... al ser interpelado en tanto "ciudadano", el sujeto (tendió) a estructurar su identidad tomando como referencia, fundamentalmente, su participación en la "esfera pública". (...) El "sujeto ciudadano" tendió a eclipsar al sujeto individual y al sujeto partícipe de un grupo o categoría social particular. Lo general se (impuso) sobre lo particular; la lógica de lo público sobre la de lo privado. (...) La visibilidad y el reconocimiento mutuo de los sujetos se (verificó) sobre la base de los códigos y reglas propios de la esfera política. Por lo tanto el pacto social fundante (...) se (instituyó) sobre la base de los sujetos ciudadanos, sin prestar atención a las diferencias propias de la esfera privada".61

De esa manera, más allá de sus exotismos y caricaturas, los fastos del Centenario terminaron por consolidar algunos legados institucionales y culturales muy importantes hacia el futuro: la renovación de la identificación entre la nación y los partidos; la configuración de todo un modelo moderno de ciudadanía, mucho más universalista que particularista; la "estatización" y "partidización" de lo público y el establecimiento de su primacía sobre las zonas de lo privado. Con cierto tono de resignación lo había señalado en junio de 1929 el dr. Segundo F. Santos, por entonces diputado herrerista y activo dirigente de la Federación Rural: "... nadie que conozca la psicología nacional podrá abrigar la ilusión de que en nuestra tierra pueda hacerse nada al margen de los partidos".62 El vigor de las viejas tradiciones políticas uruguayas se ratificaba así ante el difícil desafío de reproducir sus lealtades en un contexto nuevo y disputado, lo que significaba no sólo una faena política sino también cultural.

Al refundar de ese modo su preeminencia ciudadana, al volver a construir -como en el siglo XIX, pero con perfiles necesariamente novedosos- relatos y testimonios identificatorios que no sólo estructuraban filiaciones públicas sino que también definían perfiles en el terreno de los sentimientos y las mentalidades, en las regiones de "lo privado" y de "lo íntimo", blancos y colorados pudieron configurar -como veremos a continuación- ciertas alternativas discernibles respecto a cómo posicionarse frente a los desafíos de una "vida privada" con ribetes nuevos y en expansión. "El origen de nuestros partidos -llegó a decir en 1933 el arq. José Claudio Williman, en una publicación auspiciada por la "Asociación Patriótica del Uruguay"- responde a dos modalidades espirituales dentro de los elementos nacionales, a dos maneras de juzgar y sentir los problemas de orden público y aún privado. Se trata de matices, es claro, que no anulan la modalidad nacional (...). Ellos evitan el éxito de ideologías antinacionalistas, sirven de emulación en la vida pública y traducen una realidad espiritual".63

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