Paradojas y Contradicciones de la Curiosa Historia de la Filmografía Uruguaya

Hoy por hoy en el país real

El cine inmediato a la recuperación democrática, por primera vez, muy subjetivamente, tiene que ver con el país real. En rigor las películas políticas de la década anterior (Ugo Ulive y "Como el Uruguay no hay", Mario Handler con Carlos, Elecciones codirigida con Ulive, Me gustan los estudiantes, Mario Jacob con Liber Arce liberarse y La bandera que levantamos, el anónimo "La rosca", en el que estuvieron Israel Frimer, Nelson Carro, Andrés Casatillo), también tenían mucho que ver pero retrospectivamente parecen encerradas en el acto militante. El clima de los tiempos aparece en la década del noventa. Después de la acción destructiva de la dictadura había mucho por hacer entre otras cosas decidir si se restauraba el pasado o se construía un nuevo país. El cine contribuiría a ver las cosas con un aire nuevo. A la vez nuevas tecnologías facilitaban la esquiva ilusión de que hacer cine es más barato y posible y que estaba al alcance de la mano. Antes que se descubriera que las cosas no eran exactamente así, muchos jóvenes estaban probando el camino. Y de hecho los primeros cortos ("Los últimos vermichelis" de Carlos Ameglio, 1991, las animaciones de Tournier sobre Julio César Castro) y sobre todo el primer largo de ese nuevo cine, "La historia casi verdadera de Pepita la Pistolera" (1993, regreso del exilio de Beatriz Flores Silva) fueron rodados en Umatic con búsquedas expresivas puramente cinematográficas, desechando las facilidades del medio electrónico. Eran cine en soporte video. Su producción recurrió a métodos independientes y se pensó que podían exhibirse en circuitos exclusivamente alternativos. Ese cine produjo por primera vez el efecto espejo, la sorpresa de verse uno mismo sobre una pantalla en las imágenes de un film muy irónico como los uruguayos y muy montevideano, grotesco y juvenil. Siguieron algunas películas que confirmaron las posibilidades recién descubiertas. De esos primeros años importan "25 watts" (Pablo Stoll, Juan Pablo Rebella, 2001), "El último tren" (Corazón de fuego, Diego Arsuaga, 2002), "Una forma de bailar" (Alvaro Buela, 1997),. "Acratas" (Virginia Martínez, 2000), "Aparte" (Mario Handler,2002), "Whisky" (Stoll, Rebella, 2004), "Alma mater" (Buela, 2005), "La espera" (Aldo Garay, 2002). Esos títulos, la mayoría operas primas, obtuvieron repercusión en festivales e hicieron pensar en un cine con personalidad propia a pesar de algunos desconciertos ("El dirigible", Pablo Dotta,1994). la domesticación de Beatriz Flores ("En la puta vida", "Polvo nuestro que estás en los cielos") y los intentos de otros realizadores que quedaron en amagues (Leo Ricagni, Esteban Schroeder, Marcelo Bertalmío).
 
 
La crítica internacional empezó a identificar un cine uruguayo a través de esos films jóvenes y libres premiados en Rotterdam y otros festivales más convencionales. Finalmente, dos películas indican el comienzo de una exploración en fórmulas populares con antecedentes costumbristas: "El viaje hacia el mar" (Guillermo Casanova, 2002) y "El baño del papa" (César Charlone, Enrique Fernández, 2007). Ambos obtienen buena respuesta de público, optando por un tono de comedia sin complicaciones. A diferencia de las mejores películas de los últimos diez años no desafían la inteligencia del espectador sino que más bien facilitan la aceptación sin dobles lecturas (como las que practicaba Beatriz Flores al comienzo) ni complicaciones narrativas (como Alvaro Buela). De a poco el nuevo cine uruguayo se adecua y allana  Las películas de Casanova, Charlone y Fernández, no fracasaron en boletería ni fueron objetables artísticamente. De alguna manera se presentan ahora como el paradigma de un cine que no puede subsistir con su propio mercado ni con las insuficientes ayudas oficiales. Salvo demostración en contrario las películas nacionales se recuperan con las ventas al exterior. Algo que no siempre ocurre y explica por qué hay tantos cineastas debutantes que no prosiguen su carrera. La experiencia más notable durante estos años ha sido Contrl Z y la gestión como productor de Fernando Epstein. Stoll (ha seguido su carrera en solitario con Hiroshima), Rebella, Epstein, Federico Veiroj ("Acné", "La vida útil"), Manolo Nieto ("La perrera"), eran condiscípulos en la Católica, estudiantes de cine que un día decidieron hacer "25 watts" y siguieron. Contrl Z ha producido además el último Krzysztof Zanussi ("Persona non grata"), los primeros films de dos amigos argentinos (Rodrigo Moreno de "El custodio", Adrián Biniez de "Gigante") y en próximo rodaje la primera película de dos egresadas de la Católica dos o tres generaciones posteriores (Ana Guevara, Leticia Jorge, "Tanta agua", 2012). Confían en la fuerza de las ideas, que suelen ser originales, evitan lo convencional y dejan poco espacio a los populismos fáciles. Se expresan en imágenes y desconfían de diálogos explicativos, una actitud creativa que suele ser apreciada en festivales internacionales, en particular Rotterdam, Toronto, donde las películas de Contrl Z han ganado premios y la confianza de distribuidores independientes que las han circulado en circuito paralelos o alternativos de Europa y después de todo el mundo y América Latina. El cine uruguayo de autor tiene hoy más público que nunca en el mundo ancho y ajeno.
 
"El viaje hacia el mar" (Fuente: lavoraginefilms.com)
 
En un país donde se hacen por año unos siete largos, sólo han surgido últimamente tres o cuatro nuevos realizadores de interés a los que habrá que seguir con atención (Mariana Viñoles, Mateo Gutiérrez, quizás Enrique Buchichio y Alvaro Brechner). No es mucho y no se renuevan las expectativas a la espera de cada nueva película nacional. Se tiende a confundir cada vez más la tilinguería con el estrellato, algo muy posible si todo termina valiendo lo mismo. Otro dato que importa: cada vez menos gente ve cine en salas y más gente, sobre todo los jóvenes, lo ven en videos sin derechos ni calidad. Ver cine se parece cada vez más a la experiencia de ver un video-juego en casa, como un pasatiempo consumista. En esa categoría las películas nacionales corren el riesgo de ser parte de una morralla más o menos informe. Desde hace unos años no hay crítica cinematográfica respetada y la que hay confunde lo bueno con lo malo, sobre todo si lo malo es uruguayo y por consiguiente hay que decir que es bueno. El público puede no opinar lo mismo y al siguiente elogio indebido desconfiar y quedarse en casa.
 
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