El sindicalismo uruguayo en el proceso histórico nacional (1870-2006)

 

2. Algunos elementos identificatorios del sindicalismo en Uruguay 14

Pensar el sindicalismo en Uruguay en clave histórica nos ayuda a comprender una parte del país, una experiencia social significativa y extendida en el tiempo, que cuanto más conocida es por las ciencias sociales y la historia nos abre posibilidades de comparación con otros lugares y otras expresiones del fenómeno.
 
En distintos momentos se han señalado como características y elementos identitarios del sindicalismo uruguayo aspectos como el “clasismo” y la independencia de clase; el internacionalismo obrero y su vínculo con el nacionalismo; el carácter programático junto a la faz reivindicativa. Entre los aspectos que se han construido y modificado con el tiempo o según las coyunturas, se puede reconocer: el pluralismo ideológico; la “unidad sindical” frente a la divergencia y a la diversidad organizativa; la variación de las formas de lucha y de negociación colectiva (bipartita, tripartita); la ubicación en el territorio (la radicación urbana y especialmente capitalina del sindicalismo, sus expresiones en ciudades y pueblos del Interior; la emergencia intermitente y débil en el ámbito rural); la relación con el Estado y los partidos políticos, y con el modelo económico-social. Cada uno de estos aspectos puede transformarse en un caleidoscopio para observar el sindicalismo en Uruguay y comparar con el afuera, ya sea en la región -la Argentina y el Brasil- o los Estados Unidos, los países latinos de Europa o los escandinavos. Y, al mismo tiempo, pueden ser temas para repensar y discutir. Consideremos uno de ellos.
 
La unidad y la unificación sindical.
 
A los anarquistas de la FORU en las primeras dos décadas del siglo XX no les preocupó la “unidad sindical”, pues además de constituir la mayoría de las sociedades de resistencia de la época pensaban más en la coherencia ideológica y práctica de su federación y no en incluir a “todos” los trabajadores pensaran como pensaran. Algunos autores se han referido a este tramo (1906-1923) como de “sindicalismo hegemónico”, y al siguiente (1924-1929) como “la hora del anarco-sindicalismo”.15 Durante el “sindicalismo hegemónico” pareció imperar solo la corriente anarquista, aun en diversas tendencias de ese movimiento, en tanto uno de los sindicatos bajo influjo socialista, la Federación Obrera Marítima, permaneció al margen de la FORU. El siguiente tramo vio la conjunción de anarco-sindicalistas con la militancia comunista en la USU, coexistentes al menos por la circunstancial interpretación común del proceso revolucionario ruso, que duró poco más de un lustro. Cuando esta se modificó y divergieron los análisis, la alianza de los sindicatos comunistas –Block de Unidad Obrera- fue expulsada de la USU. No obstante ciertos planteos comunes y algunos acercamientos la FORU y la USU no volvieron a unificarse. Del mencionado Block nació la tercera organización, la CGTU (mayo de 1929) de influencia (supongo) exclusivamente comunista. Los socialistas, dispersos en el nivel sindical, no llegaron a constituir una “central”, pero tuvieron militancia, influencia y hasta dirigieron algunos gremios. Tal el caso de la Federación Uruguaya de Empleados de Comercio e Industria (FUECI) creada en 1930. Es probable que también por esos años –quizá más hacia fines de los treinta- hubiera algunas iniciativas católicas de formar asociaciones de trabajadores bajo su influencia, y también existieran instituciones de trabajadores constituidas con simpatizantes o miembros de los partidos Colorados y Nacional, en especial entre el funcionariado público.
 
Aunque faltaría un análisis más preciso –y profundo- puede decirse que “no había condiciones” para un organismo único y unificado. Las intensas divergencias ideológicas de las principales tendencias actuantes en el “movimiento obrero”, en medio de una fuerte represión estatal durante la “república conservadora” (1916-1929) y luego durante la “dictadura terrista” (1933-1938), no ambientaron la unidad, aunque hubo tímidos intentos, acercamientos y actos unitarios. El complejo marco entre la Depresión económica, el ascenso de los fascismos y la Segunda Guerra influyó en las dificultades del sindicalismo en Uruguay, cuya peripecia sería difícil explicar en este acotado espacio. Lo cierto es que la experiencia unitaria y plural de la UGT –de la que no participaron los ácratas- pronto se frustró y quedó limitada a los comunistas y sus círculos de afinidad: en 1943 se retiraron los socialistas, cuya militancia sindical junto a otros sectores formaron el Comité de Relaciones Sindicales. 
 
¿La industrialización sustitutiva de importaciones –esto es, un factor económico- y el modelo que la impulsó, favoreció la unificación sindical? No podría decirse esto, pues el enfrentamiento entre tendencias se profundizó desde fines de los cuarenta y parte de los cincuenta -durante la “guerra fría”-, pero sí facilitó la formación de sindicatos de industria o por rama –como proponía la propia estructura de los Consejos de Salarios-, algunos de ellos masivos y poderosos, frente a los ya anticuados sindicatos “por oficio”, característicos de las primeras décadas del siglo XX. En verdad fue la política laboral y social del Estado que pergeñó e impulsó esta forma particular de negociación colectiva tripartita y de concertación que obtuvo aprobación en parte importante del sindicalismo y a la que accedieron las patronales involucradas. Y esa estructura fue un factor ambientador en el que surgieron nuevos sindicatos. Nacieron importantes gremios en frigoríficos y ferroviarios –“autónomos”-, en metalúrgicos y textiles –comunistas y socialistas-, en FUNSA y en las asociaciones de funcionarios públicos como en la ANCAP, UTE y el Magisterio, o mixtos -público y privado- como AEBU. Visto desde otro ángulo, las políticas estatales -laborales, sociales y económicas del Estado, identificadas por algunos como “de bienestar”- ayudaron a crear una importante y potente clase obrera, transformando el mundo asalariado.
 
¿Qué cambió desde mediados de los años cincuenta para ayudar a la unificación sindical y permitir el proceso –no lineal por cierto- que llevó a formar la Central de Trabajadores del Uruguay (CTU), las confederaciones de sindicatos públicos, los sindicatos rurales, los autónomos de línea anarquista, a marxistas y a independientes a participar entre 1964 y 1966 en la construcción de esa peripecia novedosa en el país de unificación expresada en la CNT, y muy rara en el mundo?
 
La crisis económica comenzó a afectar las condiciones de reproducción del modelo económico, social y político. Agrietada la base económica y pasada la faz de bonanza, desde el Estado se comenzó a resquebrajar las formas de concertación y negociación que había creado e impulsado.
 
Se produjeron cambios ideológicos en los partidos y organizaciones políticas. Desde el Gobierno que vio comenzar a tambalear su “modelo” y recurrió más a la represión que al diálogo. En el Partido Colorado y en el Partido Nacional avanzaron las ideas neoliberales y reordenamientos fraccionales hacia ese lugar, al tiempo que también se insinuaron virajes hacia la izquierda. En la izquierda “tradicional”, de particular relevancia en el movimiento sindical por su fuerte presencia, disminuyó el “sectarismo” entre los partidos de origen marxista –PC y PS- y en el caso del PS se distendieron sus lazos con los referentes internacionales. También ocurrió un aggiornamiento en las corrientes anarquistas que construyeron en 1956 una organización específica, la Federación Anarquista Uruguaya (FAU). Estos cambios contribuyeron tal vez a procesar los acercamientos entre las tendencias izquierdistas, así como el vivir el clima de la América en procesos revolucionarios (Bolivia, Guatemala, y finalmente la revolución cubana).
 
En los sesenta, el conflictivo contexto internacional y regional americano –en 1962 la “crisis de los misiles” en Cuba; en 1968 el “mayo francés” y la revuelta estudiantil mundial, la invasión de Checoslovaquia; dictaduras militares de nuevo tipo y movimientos armados de izquierda- se anudó al que vivía Uruguay.
 
Para entender un poco más y calibrar por qué no se rompió la unidad sindical tan reciente –soportando las fuertes polémicas de 1968-1969, las de febrero con los “Comunicados 4 y 7” y en julio de 1973 al levantar la huelga general, se deberá indagar profundamente la “nueva clase trabajadora” de los sesenta: sus lazos invisibles, su experiencia de clase, su vida más allá del trabajo, sus deseos más profundos y no solo la espuma de la ola, revolucionaria o rebelde, sin duda, de esos años difíciles. En una mirada más amplia, esto puede exigir una historia radical, “tan buena como la historia pueda ser” como planteó Edward P. Thompson.16
 
¿“Culturas trabajadoras en una sociedad de “clases medias”?
 
La emergencia de una “cultura obrera” puede ser visualizada en ciertos momentos del proceso político y social del Uruguay. Desde una perspectiva política, se la puede encontrar en las grandes huelgas y movilizaciones -las que involucraron a miles de trabajadores y sus familias-; en impactantes conflictos, algunos prolongados y otros que afectaron la vida cotidiana de la población; y en interrupciones más globales del proceso económico, como en los años sesenta. Pero una mirada social -más incisiva y que debería recurrir al análisis microhistórico- permitiría percibir fenómenos más complejos y sutiles, subterráneos, difíciles de percibir en una primera vista: la cultura obrera en el trabajo, la vida cotidiana en el barrio, las redes sociales constituidas en las contradictorias y complejas relaciones familiares, territoriales, de género y edad; la vida en el lugar de trabajo y en los centros de sociabilidad y del tiempo libre; en la creación y reelaboración de tradiciones; en las conmemoraciones, símbolos e imágenes comunes, atravesando –y a veces diferenciando- el conjunto de las clases trabajadoras.17 Son temas a conocer, a investigar, desde un presente donde ha habido cambios importantes desde los años sesenta y setenta en la estructura y el proceso de trabajo, y en la misma clase trabajadora del país.
 
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