Paulina Luisi. Liderazgo, alianzas y desencuentros de las sufragistas

En Uruguay los modelos de participación ciudadana se consagraron en la Constitución de 1830 y en el Código Civil de 1868. Por la Constitución -que dio nacimiento al país independiente-,  se excluía a las mujeres del derecho a votar y a ser elegidas (igual que a los analfabetos, peones a sueldo y dependientes) por el Código Civil- su matriz era el “Código Napoleón” – se las consideraba eternas menores de edad, no podían administrar sus bienes, no podían elegir su residencia y no se protegía su vida en caso de adulterio. Estar excluidas de todos los derechos provocó la reacción de algunas mujeres “emancipadas”.
 
El ingreso a la modernidad del país se hizo de la mano de estas mujeres que lograron  redefinir el rol y el status de las mujeres en el país. La historiadora norteamericana, Asunción Lavrin, considera este cambio como “la esencia del periodo” porque “el feminismo fue la ideología que aceleró la transición mental y material de las mujeres desde el siglo XIX hacia el siglo XX”.1 Y lo fue porque logró conjugar los valores sociales tradicionales con la nueva realidad social, permitiendo que hombres y mujeres aceptaran y asimilaran los cambios que se estaban convirtiendo en parte de la realidad cotidiana.
 
La maestras que acompañaron la Reforma Escolar impulsada por José Pedro Varela en 1875 (contemporánea a las grandes transformaciones modernizadoras), fueron las pioneras del feminismo en el Uruguay. La maestra María Abella fundó en 1911 la sección uruguaya de la Federación Femenina Panamericana en el Ateneo de Montevideo. El primer Consejo Nacional de Mujeres (1916) fue fundado por la maestra y médica Paulina Luisi
 
 
 
Nacimiento de una feminista
 
El padre de Paulina, Ángel Luisi (Pisa, 1846), cursó estudios de derecho que abandonó para enrolarse en las luchas de la unificación de Italia. Acompañó a José Garibaldi en la campaña de los Vosgos y fue testigo de la Comuna de París (1870) primer intento de plasmar el sueño socialista. Un padre héroe de las luchas liberales y románticas de la época, las que alimentaron el imaginario de masones y socialistas finiseculares tuvo una perdurable influencia en los desarrollos políticos y profesionales de Paulina y sus hermanas.  Se podría aventurar que un padre con estas características predispondría a sus hijos –aun siendo mujeres- para emprender acciones “libertadoras” de largo aliento. 
 
Josefina Janicki era una mujer culta, que ejercía como maestra en Dijon donde residía con sus padres, exiliados polacos. Angel y Luisa se casaron en 1872 y emigraron a la Argentina, se radicaron en Colón Provincia de Entre Ríos allí nació Paulina en 1875, la mayor de siete hermanos. Ambos padres fundaron una escuela “moderna”que incluia la experimentación, lecturas libres, educación física y la observacion de la naturaleza. Ángel fundó al mismo tiempo la Biblioteca Fiat Lux y una Logia Masónica. En 1878 decidieron mudarse a Paysandú donde reiteraron la experiencia educativa anterior creando una escuela con los mayores adelantos pedagógicos. 
 
No resulta extraño que Paulina y Anita, las dos hijas mayores del matrimonio hayan sido maestras. En 1887 la familia se traslada a Montevideo al tiempo que Paulina ingresa en el Internado Nacional de Magisterio. Completó su formacion dirigida poor María Stagnero de Munar a quien siempre reconoció como su formadora. La escuela del período – Reforma Escolar mediante- fue un tamiz integrador de la sociedad “aluvial” para los hijos de inmigrantes llegados masivamente al país. 
 
Paulina tenía 13 años a su ingreso al Internado y aquí se formó su matriz política, desarrollada más tarde en la lucha por los derechos civiles y políticos de la mujer. La educación, la política y la conformación del país para ella iban juntos. ¿Soñaba con su futuro cuando escribía que el médico podía, “! Devolver la vida, detener la sangre, enderezar al jorobado, dar habla al mudo…cambiar agonía por sonrisa…”? lo cierto es que otorgaba al médico las cualidades de un “dios” laico. 
 
En 1900 inició los estudios de medicina que culminó en 1908, siendo la primera mujer en recibir un título universitario. Los testimonios sobre las dificultades que enfrentó en sus estudios de Medicina hablan de una guerra sin cuartel que le habrían hecho sus compañeros varones. El sacrificio valió la pena porque el ejemplo de Paulina sirvió para quebrar el modelo de “mujer de su casa” al que estaba acostumbrada la sociedad bien pensante. Ella abrió paso a una correntada de mujeres universitarias. 
 
 
Las dos primeras décadas del siglo XX fueron de una gran efervescencia política. El estado asumió un rol protagónico en la vida económica, las comunicaciones y la expansión del sistema educativo. Una legislación social avanzada, la secularización de la vida pública y privada y una política tutelar con respecto a la mujer fueron algunos de sus rasgos característicos. Este proyecto de país – hoy conocido como el Uruguay Batllista, por la impronta dada por José Batlle y Ordóñez, dos veces presidente de la República, 1903-1907, 1911-1915-, se destinaba a favorecer a los sectores urbanos, a una naciente clase media y un proletariado industrial a los que se integraron los inmigrantes europeos y sus descendientes. El resultado fue la transformación del Uruguay en el primer “Estado de Bienestar” de América Latina.
 
Una de las primeras iniciativas para la puesta en marcha de ese “País Modelo”2fue la de cambiar la vieja Constitución de 1830. Los “apuntes para la reforma” (1913) publicados por José Batlle y Ordoñez proponían un ejecutivo colegiado y el voto universal masculino, una parte sustancial de esa propuesta. Las feministas aprovecharon esta coyuntura para reclamar sus derechos como ciudadanas. De ahí en adelante se entabló la lucha por el sufragio femenino que costaría más de dos décadas de marchas y contramarchas.
 
Ese es el contexto en el que la doctora Paulina Luisi se erigió en  la “leader feminista uruguaya” como la nombraron sus contemporáneos. Su trayectoria no fue la de una rebelde dispuesta a provocar escándalos al estilo de Roberto de las Carreras, Julio Herrera y Obes o Delmira Agustini. Su perfil se acerca más al de una mujer burguesa y formal. Soltera por opción, aunque la soltería fue una norma en las familias numerosas de la época.
 
 
La veta transgresora de Paulina afloró a medida que fue asumiendo compromisos que la enfrentaron a la desventaja de ser mujer. Maestra y primera médica del país, se involucró en la reforma social, y por eso luchó contra el sexismo. Socialista de la primera hora, –participó junto a Emilio Frugoni y Celestino Mibelli en el proceso de fundación del Partido, iniciado en 1907-. 
 
Aún siendo una pionera en varios campos, recibió reconocimientos tempranos. En 1913 el gobierno reformista del Presidente José Batlle y Ordóñez la encomendó a estudiar medidas de higiene social en Europa. En su estadía en Francia estuvo en contacto con el movimiento feminista en plena efervescencia. Hizo amistad con Madame Bonnevial, presidenta del Consejo de la Mujer y se interesó por la lucha contra la «trata de blancas» que impulsaba el movimiento abolicionista fundado por la inglesa Josefina Butler a fines del siglo pasado.3
 
Regresó de Europa con un empuje formidable, dispuesta a multiplicarse en distintas campañas a favor de la mujer, a impulsar la educación sexual, a combatir la «lacra social» del prostíbulo. Y todo ello sin abandonar su trabajo como médica, al contrario, atendió su consultorio, la sala hospitalaria, la Cátedra de ginecología de la Facultad de Medicina; desplegó su creatividad en congresos médicos con aportes originales. Se definió feminista, pero demostrando olfato político se rodeó de personalidades influyentes que apoyaron la iniciativa de conquistar los derechos civiles y políticos para la mujer.
 
 
 
Complejidades feministas
 
La sensibilidad frente a las clases menesterosas y sus enfermedades se manifestó a través de la proliferación de sociedades filantrópicas, casi todas dirigidas por mujeres que tenían una privilegiada situación social, por origen de clase o prestigio de sus esposos. Fue una forma de dar un paso hacia el mundo público a través de la acción social que les permitía romper con el encierro doméstico burgués y que a la vez ampliaba sus horizontes. Esta fue otra veta de participación de las mujeres en el espacio público. Paulina logró el apoyo de estas sociedades y de estas mujeres para concretar un Consejo Feminista (1916), de esa forma estaba dando un gran salto e impulsándolas a darlo.4
 
El Consejo Nacional de Mujeres se creó en una coyuntura relativamente favorable. El ambiente político no era demasiado hostil para los planteos feministas. La discusión del tema había hecho camino durante esos años. Batllistas, socialistas y algunos liberales fueron los aliados de las sufragistas. Algunos sectores vieron con simpatía esa movilización a favor de los derechos de la mujer como testimonian las páginas de «El Día» cuyo director José Batlle y Ordóñez publicaba sueltos «feministas» a favor del sufragio femenino que firmaba con el seudónimo «Laura».
 
Sin embargo, las elecciones para la Asamblea Nacional Constituyente de 1916, dieron mayoría a los sectores conservadores de ambos partidos tradicionales y la decisión se postergó, lo que provocó una dura réplica de Paulina en «Acción Femenina», la Revista del Consejo Nacional de Mujeres:
 
“Cuando oímos, como hace pocos meses, a los hombres encargados por el pueblo de reformar la carta magna de la Nación clamar con inconsciente suficiencia que la misión de la mujer es la guardia del hogar y la procreación de los hijos; pensábamos con amargura en el hogar de las sirvientas como nosotras mujeres.; pensábamos en los miles de mujeres que, a la par del hombre, pero con menos salario que él trabajan de sol a sol, en las fábricas y en los talleres; en las innumerables empleadas que de pie cruelmente obligadas a ello por un mezquino sueldo, pasan encerradas en los talleres; en otras más miseables aún que, al precio de un salario de hambre, cosen catorce y dieciséis horas para los registros; en las telefonistas, que con quince faltas en el plazo de 13 meses pierden la efectividad de su empleo y nos preguntábamos qué salvaje ironía o qué obtusa inconsciencia inspiraban las palabras de aquellos constituyentes que no tuvieron reparo en negar a la mujer el derecho a la vida ciudadana, en nombre del más sagrado de todos los deberes; pero que, a estas esclavas del hambre, squiera en nombre de la maternidad humillada, no saben proteger como legisladores, ni muchas veces saben respetar como hombres»5
 
Las propuestas de las sufragistas no sólo recibieron críticas de los conservadores.6Se sumaron las de los sectores de izquierda. Los anarquistas, opuestos por principio a toda gestión que legitimara al Estado o la representación parlamentaria, fueron los más duros. Paulina fue sensible a esos cuestionamientos porque las corrientes libertarias tenían un peso considerable en los sectores obreros a quienes ella quería llegar y con quienes de hecho, trabajó.  Ella ayudó a formar el primer sindicato de telefonistas del Uruguay.
 
 
La Batalla -periódico anarquista, dirigido por María Collazo-, publicó varios artículos en tono jocoso contra la iniciativa de las mujeres «burguesas» de «meterle duro y parejo hasta conseguir el derecho del voto» /cuando/ «nosotros los hombres, estamos desertando de las urnas porque éstas resultan ya una vil patraña.. ¿Estas señoras no saben que en estas últimas elecciones, y nada menos que elecciones para la transformación de la muy magna constitución, nosotros, los hombres hemos boycoteado las urnas en un porcentaje de un sesenta y cinco por ciento?»7
 
Al mismo tiempo ridiculizaban las costumbres patriarcales de la sociedad que imponían «amamantar y limpiar los chicos; fregar los pisos y la bajilla (sic), lavar la ropa y el guisado. Porque ¡diablos!. . . si tenemos que hacer todo esos nosotros!. . . Yo, que soy anarquista y que tengo como cualquier hijo de vecino mi lado flaco. . . que ya hubiera formado hogar, y, al regresar del taller, sudoroso y cansado, con más hambre que maestro de escuela y me encontrara con que ni fuego había y los críos que lloran a moco tendido. . . porque la mamá se había ido al comité electoral de la sección!”8
 
Paulina, se hizo eco de aquellas críticas y fundó, la Alianza de Mujeres en 1919, trazando objetivos más amplios que el del sufragio; para otras feministas: «la piedra angular de todos los otros derechos».
 
«La Alianza Uruguaya de Mujeres espera la cooperación de todos los elementos para poder desarrollar con eficacia el vasto programa que tantas iniciativas de mejoras sociales encierra, y en especial solici­ta el concurso de todas aquellas mujeres que al afrontar valerosamente la vida por medio del trabajo honesto que dignifica y enaltece están más en contacto con la necesidad de esas mejoras.»9
 
El objetivo de extender el movimiento hacia las mujeres trabajadoras encontró, más adelante el rechazo de filas comunistas. El diario «Justicia» publicaba en 1924 un artículo en el que sostenía que:
 
«Ninguna actividad liberadora -por más inteligente que sea- podrá en la sociedad capitalista evitar que la mujer esté sujeta a tal dependencia. . . la mujer tiene obligaciones dobles. . . nosotros afirmamos nuestra fe de siempre en la liberación de la mujer obtenida sólo a condición del cambio de régimen.» Y agregaba: «El programa de la Alianza Uruguaya de Mujeres, una institución burguesa que, como tal nada hará por la liberación de la mujer»...
 
La Alianza replicó: «No hay duda que la impaciencia revolucionaria no le deja ver. . . la labor fecunda de la Alianza. En toda cuestión social, lo primero que hay que hacer es empezar, es pues una cuestión de grados. Después de la conquista del sufragio, nacerán otras aspiraciones» /que/ «conseguirán la transformación del régimen capitalista actual.»10
 
La creación de la Alianza puso de manifiesto, además, las luchas internas que existían dentro del Consejo. Otras mujeres empezaban a ganar prestigio dentro de él: Alba Pinto de Vidal, que había sido elegida Presidenta del Consejo en 1922 en ausencia de Paulina, partidizó la propuesta feminista -fue después diputada y senadora del Partido Colorado-. Paulina se opuso, aún militando en el socialismo, porque consideraba necesario conservar la autonomía política de las organizaciones feministas. Paulina se desvinculó públicamente del Consejo en una entrevista en «El Día» del 27 de julio de 1924.
 
«... Y sus luchas pro feminismo ¿no la han perjudicado?
 
Profesionalmente sí. En 1916 formé el Consejo de Mujeres, cosa que me enajenó antipatías de entrada. No me pesa eso. Lo que me contrita es que el Consejo de Mujeres no sea lo que yo hice. . . ni siquiera lo que exige que sea el Comité Internacional. De hecho no pertenezco por ahora a él, habiendo rehusado ir a la reunión internacional, por haberse falseado aquí sus verdaderos fines.
 
-¿Y la Alianza uruguaya de Mujeres?
 
No sé si a ésta la quiero porque es mi hija menor, o por los sinsabores que me ha dado el Consejo. Es mi amor actual. Pero debo manifestar que la Alianza, en todas partes representa a las mujeres avanzadas. El Consejo Internacional sostiene ideas anticuadas. Aunque yo me conformaría con que fueran esas las ideas del Consejo de Mujeres del Uruguay». (El Día 27 de julio de 1924)
 
Los años que transcurrieron entre 1930, Centenario de la Independencia y 1933, inicios de la dictadura de Gabriel Térra, fueron decisivos para la conquista del voto femenino. Se intentó crear comités de apoyo al sufragio en algunas capitales del interior, Paulina viajó a Paysandú, el lugar de su infancia, pero las dificultades para agrupar a las mujeres fueron muchas -sólo se craron Comités de Apoyo en Durazno y Rocha-, no sólo porque el mensaje del feminismo podría aparecer como demasiado «avanzado», allí se pusieron en evidencia las trabas que ataban a las mujeres para asumir una lucha que las involucraba -y así lo sentían- pero para la que no se consideraban capacitadas.  
 
En diciembre de 1932, se aprobó la Ley de sufragio femenino, Paulina estaba en Madrid y desde allí envió un mensaje de felicitaciones a sus compañeras. También les  expresó su deseo de continuar la lucha en otros países de América.
 
«Si el tedio de la vida de Montevideo, no me cambia las intenciones le diré que no pienso hacer mucha vida activa en política»11escribió Paulina Luisi a su amiga Sara Rey Alvarez. En esa carta, escrita en enero de 1933, Paulina trasuntó el sentimiento de estar más allá del bien y del mal. No participaría en política, se consideraba «bien paga» por ser la “artífice” de la Ley de sufragio femenino -aprobada en diciembre del año anterior-. 
 
El golpe de estado de Gabriel Terra, en marzo de 1933 desmentiría sus intenciones, renunció a sus cargos oficiales «por posición de absoluto repudio al régimen». Participó en el movimiento opositor al golpe y fue puntal del movimiento de solidaridad con España Republicana que constituyo una de las más fuertes expresiones de resistencia a la dictadura. 
 
Mientras otras feministas ascendían políticamente adoptando una definición conservadora. En 1935 se realizó una Conferencia Interamericana de Mujeres, en Montevideo, para representar al Uruguay fue nombrada Sofía Alvarez Vignoli de Demichelli, la esposa del Ministro del Interior del régimen golpista, “marzista”.
 
Su principismo la llevó a recomendar a las mujeres que no votaran en las elecciones de 1938 impugnadas por los sectores democráticos y abstencionistas, ella, la «leader sufragista», recomendó a las mujeres que no votaran, por entender que serían conducidas «como ovejas de un rebaño» por los políticos conservadores.12
 
Y en las elecciones de 1942, en las que fueron elegidas las primeras cuatro legisladoras de la historia del país, renunció a ser candidata del partido socialista. Doble renuncia, ya que en esa legislatura (1943-1947) se aprobó la Ley de Derechos Civiles de la mujer por la que había bregado toda su vida. Una mujer proyectada en la esfera pública que renunció a toda delegación política partidaria, resulta, por lo menos, paradojal.
 
Sus comunicaciones públicas y privadas la describen como un ser agudo y crítico, muchas veces sarcástico. Con una enorme capacidad de trabajo y por eso, exigente con los otros y con ella misma. Distante muchas veces de las propias mujeres por cuyos derechos combatió toda la vida. La definición que mejor le cuadra es la de una combatiente, dispuesta a recibir halagos tanto como “palizas”, como por cierto recibió.
 
Paulina murió cuando nació un mito: Maracaná. Fue el 16 de julio de 1950 y no hubo duelo por el contrario, la alegría desbordada de una multitud ajena al recuerdo de esta mujer que ya era legendaria en el país y en el exterior. Hoy consideramos mítica esa fecha porque resume las claves de identidad de un Uruguay que se desvaneció, pero esta mujer no se cuenta entre sus figuras «fundacionales». Se vuelve invisible, se esfuma o se convierte en el estereotipo de la sufragista, congelada en una imagen cuasi viril, sin integrar el corpus intelectual que construyó este país. Ingratitudes del registro.
 
  • 1. [1] Lavrin, A. women, Feminism and Social Change in Argentina, Chile and Uruguay 1890-1940. Nebraska Press.  U.S.A. 1995
  • 2. El historiador Milton Vanger, tomó esa  frase del propio Batlle y Ordóñez, que dio título de su obra sobre el Uruguay del período. Vanger, M. El pais modelo: Jose Batlle y Ordonez, 1907-1915. Montevideo, 1983. E.B.O.
  • 3. El abolicionismo de fuerte impronta moralista, combatió la prostitución reglamentada por el estado y tuvo el mérito de poner  en evidencia el doble código moral que justificaba la iniciación sexual del varón en el prostíbulo y la preservación de la virginidad de las “mujeres honestas”.
  • 4. Acción Femenina. No. 1. Integración de las Comisiones del Consejo Nacional de Mujeres.
  • 5. Nuestro Programa. Acción Femenina, no. 1, julio de 1917
  • 6. La revista del Consejo Nacional de Mujeres reprodujo un sabroso diálogo entre un distinguido miembro de nuestro Foro y una dama del más alto rango social, miembro del Comité Ejecutivo Feminista: “Es posible mi amiga que sea usted sufragista? Usted una mujer tan elegante y distinguida ¿dónde quedarán los lindos piececitos calzados a lo Luis XV?.- pero, Doctor, si no cambiaré mis zapatos Luis XV para ir a las urnas”, fue la respuesta. Acción Femenina, noviembre de 1919, p. 2.
  • 7. La Batalla. Montevideo. 20 de diciembre de 1917, p. 2.
  • 8. La Batalla. Montevideo. 10 de mayo de 1917, p. 3.
  • 9. A.G.N. Caja 251, C. 6. F. 27. Nota manuscrita en borrador. Se adjunta una lista de talleres de planchadoras para enviar la invitación.
  • 10. A. G. N. Particulares. C. 252. C1, f. 211. Recortes.
  • 11. A.G.N. Particulares, Caja 250. Carpeta 8, Folio 141
  • 12. Mundo Uruguayo, marzo de 1938.
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