¿Identidad o identidades?
La existencia de una nación uruguaya no dispensa de la diversidad de identidades forjadas en la densidad diacrónica de la historia y en el horizonte sincrónico de la geografía. La identidad es un reclamo interno, una demanda grupal, el manifiesto de una tendencia afectiva y voluntarista que pide desde lo profundo un antepasado común, una idea-fuerza dinamizante, un formato que cobre sentido a partir de un modelo ejemplar, por caprichoso e irreal que éste fuere. La identidad se orienta, afectivamente, hacia el “quiénes somos” mientras que la identificación se refiere, discursivamente, intelectivamente, al “cómo somos”. La una es una asunción de caracteres que apuestan a lo afectivo antes que a lo racional, una tentativa de descenso a la inmanencia del Ser; la otra, un inventario ascendente de rasgos compartidos en el dominio comunitario del Hacer. Hay entre ambas la distancia que media entre lo pensado y soñado por un lado y lo querido y logrado por el otro. En la búsqueda de lo diferente, del compartimento estanco, de la parcela propia reclamada por la sensibilidad y el sentimiento, caben actitudes que van desde el fundamentalismo riguroso a la filantropía empática. Todavía, se me antoja, no hemos logrado transitar por el camino del medio. Se trata de un viejo ejercicio, budista y aristotélico a la vez, que demanda una pulseada entre el corazón y la mente, entre lo que fuimos y lo que queremos ser como pueblo y como nación.
Si los elementos anteriormente enunciados poseen la requerida representatividad, trate ahora el uruguayo del común de bucear en sí mismo, de espejarse y a la vez reflejar a su prójimo, de ubicarse en este abanico electivo. Pero que la diversidad no se simplifique en un común denominador, incapaz de compaginar el mozalbete Carrasco con el “peludo” de Bella Unión, ni lo que planean y hacen los granjeros de
Colonia Suiza con la vida perra de los marginados del Barrio Borro.
Un pensador francés, Jean - Marie Benoist, expresó las anteriores ideas con más acertadas palabras: " Una obsesión hace presa en nuestra época, saturada de comunicación : la del repliegue de cada uno a su propio territorio, en lo que hace su diferencia, es decir, su identidad separada, propia. Es el sueño de raigambre en el espacio insular de una separación. Al mismo tiempo, en múltiples círculos se insiste vivamente en proclamar la urgencia de una unidad del Hombre y hasta en recuperar la certeza tranquilizante de una Naturaleza humana. Es decir, de una Identidad Universal del Hombre consigo mismo, en forma, si es necesario, de una subjetividad trascendental".