Empresariado industrial y construcción de la Nación (1875/1900)

La formación del empresariado industrial

Si nos detenemos en la formación del empresariado industrial advertiremos la ausencia de un proceso único y lineal.
 
El núcleo principal se constituyó a partir del ahorro sobre el salario. Algunos empleados de comercio, obreros con cierta calificación, trabajadores sin oficio, aunaron esfuerzo personal, austeridad, y un matrimonio a mayor edad (postergando los gastos de un presupuesto familiar) con el objetivo de acumular un capital y alcanzar la independencia económica. Este fue el camino recorrido por quienes fueron propietarios de la mayoría de los
talleres e industrias. Hasta aquí, una historia común. Decisiones audaces, intuición para las oportunidades, los vínculos personales, o los negocios con el Estado (contratistas, proveedores, arrendatarios de servicios), permitieron a unos pocos crecer rápidamente. Desde entonces, se acentuó una paulatina diferenciación social, en el seno de los “hombres de la industria”.
 
También ingresaron a la actividad industrial, hombres instalados con establecimientos comerciales e importadores. Reorientando sus inversiones, unos vislumbraron oportunidades más atractivas en la industria. Otros, sin grandes traumas, abandonaron la importación de manufacturas por la de insumos para la industria. Terceros diversificaron, y se hicieron presentes en la actividad industrial sin abandonar el rubro originario. Henry Finch advierte que la crisis del comercio de tránsito y la declinación de las casas importadoras puede observarse a través de la concesión de tarifas proteccionistas a los fabricantes locales de manufacturas
livianas, desde 1875, y particularmente a partir de 1886 y 1888.

 

El ahorro: Una experiencia de la inmigración europea

Puede parecer asombroso que individuos con escasos recursos, viviendo de un salario, ahorraran e instalaran un taller. Esta fue una historia con extensos testimonios, y si algunos pueden resultar un tanto edulcorados y otros prejuiciosos, dan cuenta de una realidad. En 1858, el médico saboyano Gabriel Sonnet -en Montevideo con funciones de agregado consular y de cultura del Reino Sardo-, se refirió a las privaciones de que era capaz un genovés por ahorrar, al punto que pasaría "todo un día sin comer para no gastar el primer dinero que le cae en mano" y apreciaba que "por poco que sea, el encuentra siempre como hacer economías". El español Andrés Mendizábal que en su pueblo natal "amasaba de sol a sol" viajó al sur con la obsesión de progresar. En el vapor que lo trajo "amasaba también, en tercera, mientras danzaba la magia de la fortuna lejana frente a sus ojos cansados. No tuvo ni la tregua del viaje". El viajero francés Xavier Marmier, llegado al Montevideo de fines del
Sitio Grande anotaba en su libro: "Debido al alto precio de la mano de obra, quienquiera que llegaba con hábitos de orden y de trabajo, podía en poco tiempo reunir un modesto capital con posibilidad de hacerlo fructificar". José Pesce publicó, en 1885, un manual para el inmigrante, donde expresaba: "El trabajador está bien retribuido y su jornal le dá lo suficiente para gastar con arreglo á su clase y ahorrar". El libro presentaba una lista de labores con mayor demanda y sus respectivos salarios, coincidiendo con otras apreciaciones de sus contemporáneos: "En cuanto á los demás oficios, artes y profesiones, podemos afirmar que en ningún país de Europa están tan bien remunerados como en la República Oriental del Uruguay". Francisco Piria –quien fue un claro exponente de los “self-made men” uruguayos apreciaba con agudeza algo que estaba a la vista de todos: a partir de cualquier desempeño asalariado muchos trabajadores hallaban el medio de ahorrar e instalarse por su cuenta. Y Piria concluía: "ese limpiabotas se transformó en remendón, se metamorfoseó en zapatero, y estableció casa... muchos que hoy soy propietarios de buenos establecimientos... ¡comenzaron lustrando botines!".
 
El italiano Giosué Bordón visitó estas tierras en la década de 1880. En su libro Montevideo e la repubblica dell' Uruguay, comparaba los salarios que se pagaban por tareas similares en Italia y en Uruguay, no hallando grandes diferencias. Pero apreciaba que la canasta de comestibles en Uruguay, era más variada y rica en calorías. Por otra parte, la historiadora María Camou, en un estudio sobre la evolución del salario entre 1880 y la
primera década del siglo XX, observa que la tendencia en el largo plazo apuntaba a “una diversificación del consumo de alimentos con respecto a los componentes básicos (leche, carne y harinas). La aparición de mayor cantidad y variedad de productos tanto agrícolas como elaborados en el mercado montevideano que acompaña el crecimiento del ingreso explican esta tendencia”. A partir de una canasta más rica y variada, algunos trabajadores encontraron la posibilidad de aplicar un ahorro compulsivo y formar un pequeño capital. La capacidad de ahorro, sin embargo, fue posible aún para muchos que carecían de calificación y, consiguientemente, recibían salarios bajos. Por tanto, es necesario insistir en la presencia de otros factores (no solamente los económicos), como los psicológicos y culturales, para explicar este comportamiento.
 


Nació en Murialdo (Italia) y viajó a Montevideo con su madre y hermanos para encontrarse con su padre, quien les había precedido. Padre e hijos se dedicaron a la venta ambulante de ropa. En la década de 1860, abrieron un almacén de ramos generales en Paso del Molino. Ángel fue el cerebro familiar, e inició varias empresas: una textil (1898) a la que siguió otra en sociedad con el español José Campomar. Simultáneamente, invirtió en fincas urbanas, chacras y una estancia. Finalmente, proyectó un complejo comercial-hotelero, el palacio Salvo, símbolo de la riqueza acumulada a partir del esfuerzo personal.

El comportamiento compulsivo por ahorrar, generó cierto asombro en algunos círculos de la sociedad uruguaya, y finalmente fue admitido por virtuoso. El historiador José Pedro Barrán -en el segundo tomo de su Historia de la sensibilidad en el Uruguay: El disciplinamiento (1860/1920)- observa que, junto a otros comportamientos, el ahorro fue descubierto y valorado por la escuela vareliana que lo incorporó como uno de los valores a inculcar.
 
El ahorro, finalmente, era una novedad introducida por la inmigración, cuya práctica estimuló en la segunda mitad del XIX. La afirmación no niega que esa conducta –ahorrar- fueran desconocida en la sociedad uruguaya y menos aún, ajena a los desempeños empresarios. Pero indudablemente, el mérito de la inmigración fue la difusión de una moral del ahorro, imágenes individuales del trabajo sacrificado, el enaltecimiento de ciertas figuras como fruto del esfuerzo individual, finalmente, una serie de datos que tenían como únicos referentes a las variadas colectividades extranjeras.

 

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